Las avalanchas controladas generalmente se provocan para evitar que se produzcan otras mayores, pero eso no significa que no estén exentas de peligro.
Jesse Dahlberg estaba observando cómo los equipos del ferrocarril usaban explosivos para provocar una serie de pequeñas avalanchas cerca de la ciudad de Field, en el sureste de Columbia Británica, cuando notó un alce solitario directamente en el camino del siguiente tsunami de nieve provocado por el hombre.
Aunque esperaba que el alce pudiera escapar del peligro que se avecinaba, el animal fue envuelto en una ola blanca mientras la avalancha lo rodeaba en su camino hacia la ladera de la montaña.
“No sabía lo grande que iba a ser la avalancha, así que esperaba lo mejor… Cuando la vi, pensé que ese alce no sobreviviría”, declaró Dahlberg a CBC News. “Esa pared de nieve lo atrapó rapidísimo y lo arrasó”.
Con la ayuda de un amigo, Dahlberg decidió conducir hasta allí para ver si había alguna posibilidad de que el alce hubiera sobrevivido. Tras estacionar cerca de donde lo habían abatido, siguieron un rastro de escombros cuesta arriba.
Milagrosamente, Dahlberg vio un fragmento del rostro del animal asomando desde su prisión nevada. El alce también quedó totalmente inmovilizado por el peso de la nieve en la que estaba enterrado.
Una vez que Dahlberg se dio cuenta de que el alce estaba vivo, supo que tendrían que actuar con rapidez para rescatarlo. Solo podía esperar que ninguna de sus extremidades se hubiera fracturado por el impacto de la avalancha.
Dahlberg comenzó a cavar con las manos y envió a su amigo de regreso a su vehículo por una pala.

Trabajando con constancia, solo les tomó 15 minutos liberar las patas traseras del alce. Luego, con un poco de ayuda, el desventurado animal logró zafarse y salir caminando del ventisquero.
“Levanté los brazos y empecé a vitorear porque estaba tan emocionado de que estuviera vivo”, dijo Dahlberg. “Estaba tan feliz”.

En lugar de emprender la huida, el habitante del bosque se quedó mirando tranquilamente a sus rescatadores mientras abandonaban el lugar, como si dijera un silencioso “gracias”.